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A los 21 años saltó a la fama en Good Bye Lenin. Daniel Brühl habló con DW sobre su nuevo rol en Yo y Kaminski, la historia de un periodista inescrupuloso que quiere pasar a la fama a costa de un pintor anciano.
Daniel Brühl trabajó con figuras como Helen Mirren, Benedict Cumbrebatch y Matt Damon, y es uno de los actores alemanes de su generación más renombrados y exitosos a nivel internacional.
Se consagró en 2003 con su papel en Good Bye Lenin, del director Wolfgang Becker. Desde entonces participó en producciones internacionales como Inglourious Basterds, The Bourne Ultimatum, Inside Wikileaks y Rush.
En el nuevo film de Becker, Yo y Kaminski, basado en la novela del mismo nombre de Daniel Kehlmann, Daniel Brühl tiene el papel de Sebastian Zöllner, un crítico de arte ambicioso e inescrupuloso. Pretende pasar a la fama escribiendo la biografía de Kaminski, un viejo pintor que conoció a Picasso y que vive retirado, en el campo. Zöllner cree que ese libro le traerá la fama que cree merecer. Y la muerte del anciano sería el elemento que falta para que su triunfo sea total. DW habló con Brühl sobre sus roles, su trabajo con Wolfgang Becker y sobre cuál es el límite que impone el buen gusto.
Deutsche Welle: Hace 13 años leyó el guión de “Good Bye Lenin” y tuvo que convencer a Wolfgang Becker de que le diera el rol del hijo. ¿Tuvo que volver a convencerlo esta vez para trabajar en “Yo y Kaminski”?
Daniel Brühl: Nos convencimos mutuamente (risas). Pero esta situación era diferente. Esta vez no tuve que pasar por un casting. Simplemente me contó sobre el proyecto y me dio a leer la novela de Daniel Kehlmann. Luego llegamos a ponernos de acuerdo. Pero desde el principio tuve la sensación de que quería que yo actuara en la película.
El Daniel Brühl de “Good Bye Lenin” y el de otras películas es, por lo general, un tipo simpático. Pero en “Yo y Kaminski” es un periodista cultural inescrupuloso, un tipo engreído y calculador. ¿Tenía ganas de hacer un personaje así?
Sinceramente, no me veo a mí mismo como actor como un tipo simpático. Quedé encasillado por el rol en Good Bye Lenin, de Wolfgang Becker. En la película en la que actué antes de esa, Ruido blanco, no tenía un rol así. No sé por qué la gente piensa que soy simpático. Cuando leí la novela Kaminski y yo tuve de inmediato la impresión de que se trataba de un personaje impactante, un tipo realmente asqueroso. Y me pareció sensacional. Es alguien que piensa permanentemente que es mejor y más importante de lo que es, y al final es un mamarracho. Me pareció triste, emocionante y muy interesante el papel, y enseguida lo quise hacer. Pero no porque haya pensado que ahora tenía que actuar de villano.
¿Cree que hay un límite que impone el buen gusto?
En lo personal, mis límites son bastante marcados; nunca iría tan lejos como el personaje de Yo y Kaminski, Sebastian Zöllner, que hace ciertas cosas que yo jamás haría, es bastante asocial. Pero es un personaje magnífico para un actor. Yo creo tener bastante tacto, pero cuando alguien quiere enervarme a propósito – y eso es algo común en esta profesión – claro que se las ven conmigo. Si no mantienen una distancia, si son irrespetuosos, entonces me defiendo.
¿Qué significa para usted la fama?
En esta profesión es importante el reconocimiento. Lo que uno quiere como actor es llegar a la gente, y si una película tiene éxito, entonces eso se logra, y tiene que ver un poco con la popularidad o con la fama. Por eso no diría, solo para quedar bien, que la fama no me importa. Pero no es el motor que me impulsa. Lo que quiero es actuar en buenas películas, en lo posible en películas que superen el paso del tiempo, y me gustaría llegar al público con historias inteligentes. De ese modo habría cumplido con el objetivo de mi profesión.
¿Cuándo nota el periodista Sebastian Zöllner que subestimó al anciano y casi ciego pintor Kaminski?
Creo que en algún momento nota que ya no puede conseguir nada con su arrogancia, y que en cada conversación es Kaminski quien tiene la última palabra. Y luego, por supuesto, ese final inesperado, en el que Kaminski hace algo que él nunca hubiera imaginado que podía llegar a hacer. Sin embargo, el final es conciliador. Uno tiene la sensación de que tal vez este tipo insoportable podría transformarse en una persona mejor y que la experiencia le sirvió para evolucionar en su vida.
¿Cómo fue para usted trabajar con el actor danés Jesper Christensen, en el rol de Kaminski, que ya ha rodado más de cien películas?
Los escandinavos son tan sueltos. Jesper Christensen trabajó con muchísima tranquilidad, muy relajado y con un gran sentido del humor. Fue un papel muy cansador para Jesper, porque tuvo que someterse cada vez a horas y horas de maquillaje, ya que es bastante más joven que Kaminski, pero desarrolló el papel de un hombre muy mayor de una forma fabulosa. Le creí el rol del pintor anciano desde la primera vez que lo vi actuar. No fue fácil encontrar a alguien que pudiera protagonizar a un gran artista, un pintor, además ya anciano, con cierta fragilidad, ya que de eso se trata: ¿cuánto más vivirá este hombre? Tenía que tener un tremendo sentido del humor, ser un poco socarrón, un granuja. Y cuando Jesper Christensen entró por primera vez en la sala para el casting y dijo su primera frase, a todos nos quedó claro que él era Kaminski.
(Fuente: Hans Christoph von Bock/Deutsche Welle )
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