Jacques Rivette, la conciencia rompedora de la "nouvelle vague"
El credo de Jacques Rivette , fallecido este viernes a los 87 años de edad, fue siempre romper los códigos establecidos, experimentar hasta la saciedad en el cine , una postura que le convirtió en la conciencia más rompedora de la revolucionaria “nouvelle vague”.
Romper sus convencionalismos, empezando por la duración, lo que le llevó a filmar películas de 4 horas; el guión, que en muchos aspectos dejaba al libre albedrío de los actores, o el ritmo, lento y meticuloso para dar a los espectadores la posibilidad de conocer a sus personajes.
La búsqueda de un cine libre le llevó a chocar con la timorata censura de la época, como le sucedió en 1966, cuando vio cómo “La religieuse de Diderot”, protagonizada por Anna Karina, era prohibida por tratar la historia de una novicia que se negaba a aceptar los votos para ingresar en un convento.
Considerado un cineasta de mujeres, fue fiel a algunas de sus musas, como Bulle Ogier, Juliet Berto, Jane Birkin, Géraldine Chaplin, Sandrine Bonnaire, Emmanuelle Béart o Jeanne Balibar.
Jacques Rivette nació en Ruan (norte) el 1 de marzo de 1928 y su adolescencia coincidió con el final de la Segunda Guerra Mundial, tras la cual se instaló en París para estudiar en La Sorbona.
Pero pasó más horas en la filmoteca, donde entró en contacto con Jean-Luc Godard, François Truffaut y Claude Chabrol, amistades que serían clave en la conformación de la “nouvelle vague”.
Con Truffaut comenzó a escribir crítica cinematográfica, primero en “La Gazette du cinéma”, revista que fundó en 1950 junto a Éric Rohmer, y posteriormente en “Cahiers du cinéma”, de la que llegó a ser redactor jefe entre 1963 y 1965.
Aunque ya había dirigido un cortometraje, “Le coup du berger”, rodado en 35 milímetros en el apartamento de Chabrol en 1956, en esos años trabajó como asistente en películas de Jean Renoir, Truffaut y Rohmer.
En 1960, dirigió su primer largometraje, “Paris nous appartient”, con Betty Schneider, en el que se ven ya los principios que regirán su obra y sus temas de predilección, como la presencia de sociedades secretas o el juego de trampas que establecía con el espectador.
El problema de la censura con “La religieuse de Diderot” le dio notoriedad, pero no logró que el público llenara las salas en las que se proyectaban sus películas.
Su larga duración y el ritmo lento le convirtieron en un director más aplaudido por críticos y estudiosos que por la audiencia.
Su mayor éxito lo firmó en 1991 con “La belle noiseuse” (“La bella mentirosa”), un duelo interpretativo entre Emmanuelle Béart y Michel Piccoli basado en una obra de Balzac.
Gran Premio del Festival de Cannes, el filme escandalizó por los desnudos de la protagonista, que interpreta a una modelo que posa para un pintor.
Durante el rodaje en 2009 de “36 vues du pic Saint-Loup” (“El último verano”), el que es su último trabajo, comenzó a dar síntomas de sufrir alzhéimer, una enfermedad que fue degenerando hasta que le provocó la muerte.
El año pasado salió a la venta en DVD su película “Out one”, de doce horas de duración repartidas en ocho capítulos, un formato que nunca se difundió de esa forma en cines.
Entre sus obras más conocidas también figuran “L’Amour fou” (“Amor loco”, 1969), “Céline et Julie vont en bateau” (“Celine y Julie van en barco”, 1974), “Noroît” (1976), “L’amour par terre” (“El amor por tierra”, 1984), “Hurlevent” (“Cumbres borrascosas”, 1985) o “Ne touchez pas à la hache” (“No toques el hacha”, 2007).
En total, una treintena de filmes dirigidos entre 1949 y 2009 que le han valido que, tras su muerte, el presidente francés, François Hollande, asegurara que su obra “ha marcado a varias generaciones”.
(Fuente: EFE)
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