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En un pequeño rincón del centro de Teherán yace bajo tierra un fabuloso tesoro de oro, diamantes, esmeraldas, perlas, rubíes y zafiros, una imponente colección de joyas que habla del lujoso pasado de los reyes persas que por su valor forma parte de las reservas nacionales iraníes.

Entre imponentes medidas de seguridad, el Museo Nacional de Joyas del país asiático, ubicado dentro de una cámara acorazada tras la aburrida fachada del Banco Central de Irán, recibe diariamente la visita de cientos de turistas, en su mayoría extranjeros, que observan impresionados riquezas dignas de fábula y el minucioso trabajo de los artesanos joyeros persas de siglos pasados.

“Esta colección es una colección sin parecido alguno, tanto en términos del trabajo artístico, como por ejemplo con los esmaltes sobre oro, o el tallado de piedras preciosas. Si bien no podemos decir que es única como colección de joyas, realmente en ningún otro lugar se puede ver este enorme volumen de piedras preciosas en un museo”, explicó a Efe Reza Shurgalltí, director de la oficina de Moneda y Tesoro del Banco Central.

El tesoro recoge joyas y artefactos empleados por varias dinastías de reyes iraníes de los últimos 400 años, particularmente del período de los Qajar y los Pahleví, y que fueron el más importante símbolo del poder y la riqueza de estos soberanos.

El valor económico “extraordinario” de la colección, prácticamente incalculable en términos de valor histórico, cultural, originalidad y calidad de las piezas las ha convertido en parte formal de las reservas de divisas y como soporte para la moneda iraní.

Esa importancia no ha mermado el afán de las autoridades para “mostrar que en Irán existen tales joyas y que sus artistas han tenido tales habilidades”, según señaló Shurgalltí.

Lo cierto es que la entrada al lugar del tesoro impresiona al visitante, que nada más atravesar una puerta blindada de acero de más de un metro de espesor se encuentra cara a cara con riquezas jamás soñadas, como el diamante “Océano de Luz” (Darya-ye Noor en persa), el más grande color rosa del mundo con un peso de 182 quilates.

Otras piezas son igualmente espectaculares en su lujo y en su artesanía, como el orbe terrestre creado hace 140 años para un rey de la dinastía Qajar.

De casi un metro de altura, los orfebres emplearon 34 kilos de oro y engarzaron más de 50.000 rubíes, esmeraldas y diamantes (casi 4 kilos de piedras preciosas) en una pieza cuyo único fin fue el de satisfacer el gusto del rey.

El Trono del Pavo Real, de oro y con 26.000 piedras preciosas engarzadas, o una espada ceremonial con 1.800 diamantes en su funda y empuñadura son otras de las joyas más curiosas que se pueden observar entre bandejas repletas de rubíes, esmeraldas y decenas de diamantes de más de 100 quilates.

Las coronas reales también tienen un lugar importante, entre ellas las llevaron en su coronación Mohamad Reza Pahlaví (1919-1980) y su esposa Farah Diba, los últimos reyes de Irán derrocados en 1979 tras la Revolución Islámica, unos engorrosos artefactos con varios kilos de joyas y perlas engarzados cada uno.

Rafael, un turista alemán, se reconoció en una conversación con Efe “impresionado” por la colección, que consideró “muy interesante”, ya que “no es muy habitual” poder ver cosas como esas.

Precisamente, el éxito del museo entre los turistas está haciendo plantearse a las autoridades mejorar las instalaciones y sobre todo ampliar los horarios de visita, de momento restringidos a unas pocas horas por la tarde cuatro días a la semana por motivos de seguridad.

Y es que en el museo nadie parece olvidar que tesoros como estos han atraído históricamente a ladrones de todo tipo y por eso las medidas de control son extremas, con prácticamente un guardia de seguridad en cada vitrina y con la estricta prohibición de tomar imágenes e incluso de acceder con teléfonos móviles a la sala.

(Fuente: EFE)


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