Fosas comunes en Hart Island. (Foto: EFE)

Fosas comunes en Hart Island. (Foto: EFE)

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La mayoría de los neoyorquinos desconocen Hart Island, pero cerca de un millón de ellos están enterrados allí. Es la isla de los muertos invisibles.

Ha tenido muchas funciones, como cárcel durante la Guerra Civil o psiquiátrico, pero desde 1869 contiene la fosa común más grande de Estados Unidos, un cementerio casi inaccesible al que van a parar los cuerpos de vagabundos, pobres, bebés recién nacidos y de muchas personas que mueren sin que nadie las reclame.

Sus fosas las cavan una quincena de presos con condenas menores a un año que navegan cada día desde otra isla en el East River, Rikers Island, el mayor complejo penitenciario de la ciudad.

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A causa de la herencia de una antiquísima legislación colonial, Hart Island depende todavía hoy del Departamento Penitenciario de Nueva York, lo que limita el acceso, aunque es algo que podría cambiar pronto.

“No entiendo cómo puede haber leyes tan malvadas. Los muertos no son terroristas”, dice a Efe Rosalee Grable, de 63 años, mientras mira emocionada al horizonte desde las estrechas cabinas del transbordador que la llevará a visitar por primera vez a su madre, fallecida de cáncer el año pasado.

Su madre era Gladys Van Aelst, una mujer de Michigan que en la década de 1980 llegó a Nueva York en tren con todas sus pertenencias encima. Su desparpajo, su “espíritu vital” y su amor por la música la convirtieron, sin una voz especialmente bonita, en “Karaoke Gladys”, la sensación de los karaokes del norte de Manhattan.

“Les debe estar cantando en la isla su canción favorita, ‘Crazy’” de Patsy Cline, sugiere Rosalee sobre Gladys, quien no se bajó de los escenarios de la Amsterdam Tavern hasta que ingresó en el hospital en el que murió, sin dinero para pagar un entierro.

Cuando Rosalee intentó visitarla en verano fue expulsada por el capitán Martin Thompson, con 25 años de experiencia en presos de alta seguridad, porque no estaba en la lista.

Las normas de acceso a la isla son muy estrictas, y ahora los familiares solo pueden tomar el ferry el tercer jueves de cada mes. Antes del 2007, no podían.

“Que no me dejaran pasar fue una experiencia horrible, horrible, horrible. Pero esta vez he podido ir y he podido ver que el hombre que me echó el año pasado es un buen tipo”, explica la jubilada, que se siente “realmente aliviada” por haber comprobado que el lugar donde reposan los restos de su madre tiene “potencial”.

“La tumba de mi madre está frente al estuario de Long Island”, explica, sujetando la cámara con forma de periscopio que compró por internet hace dos meses porque sabía que los oficiales requisan todas las cámaras y teléfonos móviles de los visitantes.

Si permitieran esos aparatos, quizás los neoyorquinos conocerían mejor esta isla, cercana a una zona de pescadores del Bronx, donde la hierba castigada ahora por las frías temperaturas recorre sus 53 hectáreas por completo, solo interrumpida por dos edificios y una iglesia abandonados y algún que otro memorial improvisado por los reclusos.

“Los presos están muy conectados al proceso funerario porque muchos de ellos tienen un familiar, un bebé o un amigo que ha sido enterrado allí”, indica Melinda Hunt, una canadiense que dirige The Hart Island Project, para ayudar a identificar a los fallecidos después de 1977. Los archivos anteriores se quemaron.

Este proyecto, entre otras actividades, coordina un museo virtual que es “como un Facebook, pero para los muertos”, en el que familiares y amigos pueden encontrar las coordenadas exactas en que están enterrados y publicar epitafios, detalles sobre su vida, fotografías o vídeos de recuerdo.

“No es verdad que no le importen a nadie, porque si no yo no tendría estas fotografías”, subraya Hunt, mientras enseña en su pequeña oficina de Peekskill (Nueva York) los retratos que le mandaron antes de que existiera el museo digital.

Hunt es la cara visible de la lucha de muchos implicados que, como Rosalee Grable, demandan un mayor acceso a Hart Island. No ven justo que tengan que contactar el Departamento Penitenciario para ver a sus seres queridos, ni el régimen de visitas mensuales, ni estar limitados a un pequeño recinto lejos de las tumbas.

El Concejo Municipal de Nueva York aprobó este pasado enero un proyecto de ley para transferir la jurisdicción de Hart Island al Departamento de Parques, del que dependen el resto de cementerios de Nueva York, una propuesta que podría ser realidad a partir de junio.

“Con un poco de flores y césped llegaría a ser muy bonito”, asegura Rosalee Grable, después de volver a cruzar la valla de metal que custodia el ferry de la isla y que, tal vez en un tiempo, deje de sostener el cartel de “área restringida”.

(Fuente: EFE)