Vladimir Putin. (Foto: Getty Images)

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Rusia entra en el nuevo año con la esperanza de superar en los próximos meses casi tres años de recesión y de mejorar las relaciones con Occidente cuando el nuevo líder de Estados Unidos, Donald Trump, se instale en la Casa Blanca.

Si en su tradicional rueda de prensa navideña de hace un año, el presidente ruso, Vladimir Putin, mostraba escasa confianza en que la situación económica fuera a mejorar en 2016, este diciembre su discurso ha sido muy distinto.

Un Vladimir Putin relajado y optimista observó una tendencia al alza en la mayoría de los indicadores macroeconómicos y auguró el fin de la recesión.

Aunque 2016 ha terminado con una contracción en torno al 0,5-0,6 por ciento, la mayoría de los expertos coinciden en que la recesión que empezó a mediados de 2014 será historia en los próximos meses.

Muchos analistas consideran que 2016 ha sido un año redondo para Vladimir Putin, que no sólo habría ido salvando todos los obstáculos en su camino, sino que habría impuesto su agenda a las potencias occidentales gracias a la propaganda desplegada en esos países por medios de comunicación rusos.

Europa y EEUU, según esas voces alarmadas, han sucumbido ante el torrente de informaciones que advierte del sinfín de amenazas a las que se enfrenta Occidente: inmigrantes que violan y que urden atentados terroristas, políticos que socavan los valores tradicionales, propagandistas LGTB que ponen en riesgo la supervivencia de la raza europea.

Los populismos euroescépticos, críticos con las sanciones económicas a Moscú, ganan terreno en Europa, mientras que el nuevo inquilino de la Casa Blanca, declarado admirador de Vladimir Putin, ha nombrado como jefe de su diplomacia a un hombre, Rex Tillerson, que al parecer mantiene una relación personal con el mandatario ruso.

De cara a la galería, el Kremlin se muestra muy cauto sobre las perspectivas de que sus relaciones con Occidente mejoren sustancialmente este año, pero los medios rusos propagandísticos dan por hecho que así será.

El mayor anhelo de Rusia, en este sentido, es que los países occidentales levanten o al menos aflojen las sanciones económicas impuestas en respuesta a la injerencia rusa en el conflicto de Ucrania.

A falta de catorce meses para las presidenciales, éste es un año clave para mostrar a la ciudadanía que el convulso mandato de Vladimir Putin – que empezó en 2011 con las mayores protestas populares desde la desintegración de la URSS – no ha sido en vano pese a un palpable empobrecimiento general.

Los “brotes verdes” en la economía son el mejor regalo navideño para el jefe del Kremlin en un año en que debe despejar las dudas acerca de si quiere seguir otros seis años al frente de Rusia, y en caso afirmativo, empezar su campaña electoral.

En su “haber” Putin tiene la anexión de Crimea y la vuelta de Rusia a la arena internacional, donde como poco ha sido capaz de evitar la caída del régimen sirio de Bachar al Asad y ha dejado claro que es un jugador al que se debe tener en cuenta.

En el “debe” figuran las sanciones de Occidente, la mala situación económica provocada en parte por la arriesgada injerencia rusa en Ucrania y el enquistado conflicto en el este del país vecino, donde los separatistas prorrusos enfrentados a Kiev se sienten cada vez más abandonados por Moscú.

El conflicto ucraniano, de hecho, seguirá siendo seguramente el mayor foco de tensión entre Rusia y Occidente, toda vez que Vladimir Putin no puede ceder en su respaldo a los prorrusos como le exigen Estados Unidos y la Unión Europea, mucho menos en un año de precampaña.

La presión internacional por la intervención militar rusa en Siria – muy fuerte en los últimos meses, sobre todo durante la campaña para arrebatar la ciudad de Alepo a los rebeldes sirios – sí podría reducirse, siempre que Donald Trump cumpla con su promesa electoral y renuncie a derribar el régimen de Al Asad.

Fuente: EFE